Paloma Álvarez: “Qam Kuyanli hatun llaaqtata millay alwurutukunawan/ tú amas la gran ciudad con su feo bullicio”

Por Gloria Alvitres


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PERFIL:  Acaba de ganar el Premio de Dibujo Banco Central de Reserva, 2013. Paloma Álvarez no usa pincel en sus lienzos, sino aguja e hilo para pintar la realidad del migrante en lima a través de sus ojotas. Ella parte de la nueva propuesta artística que revalora el tejido en el mundo del arte.

Paloma tiene raíces ayacuchanas y le duele el pa­sado, que no conoce, pero que su abuela Sara llevaba escrito en las pupilas. Ella es un poco limeña y un poco andina como todas las migrantes y lo que la unía con el sentimiento de mujer ayacuchana ya no está.

-Cuando mi abuela falleció me di cuenta que te­nía que hacerle honor a su legado- dice con una son­risa. Por ella- por la abuela Sara- borda casi ocho horas diarias.

 Hoy, está sentada al costado de su cuadro, po­sando para la foto. Se pone nerviosa, sonríe y mira al vacío de vez en cuando para dar un suspiro. Le he di­cho que sacaré su mejor ángulo y me ha creído. Ya llevamos una hora con las fotos. “Me han tomado una foto parecida para otra revista”, me dice y cambiamos de ambiente, y de postu­ra.


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Estamos en su sala, donde Pa­loma ha desplegado cuidadosamente sus cuadros y sus bocetos. Su papá la observa desde la escalera orgulloso. Él también es artista, escultor. Puede que su hija lleve el arte en los genes. Paloma sigue acomodándose para el disparo de la cámara, mientras tanto descubro notas musicales sobre un bordado. Los cua­dros de Paloma tienen tamaños diversos: los hay chicos, medianos, grandes, incluso, uno de tres cuerpos. En contraste al colorido de sus cuadros, la artista viste de negro esta mañana. Se ha dejado el pelo suelto, que cae sobre sus hombros como una flama. Hubiera preferido que se hiciera una trensa y que me mostrara una foto de Sara.

La carrera de artista de Paloma, comenzó con sus estudios de diseño gráfico. Luego, ingresó a la Escuela de Bellas Artes para la especialidad de Artes Plásticas, solo en el último año experimentó con los hilos. Fue por ese tiempo, que la abuela la dejó y Palo­ma empezó a escarbar en sus raíces. No se atrevió a ir a Ayacucho- no sabe aún por qué-, su buscarse fue más intimo. Y todo ello, los plasmó en su obra.

Porque, además, su trabajo es un tributo a las mi­grantes. Paloma vive desde que tenía 12 años en San Juan de Lurigancho, cerca a la Avenida Wiesse. Estamos tomando la mototaxi para llegar a su casa, cuando me cuenta que todo lo que veo era una pampa.


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-Y aquí comenzamos de cero- afirma contenta. Porque desde esos años, San Juan de Lurigancho ha cre­cido. Los mercados se han expandido, el tren eléctrico está construyéndose y los niños juegan en los parques sin la menor idea del trabajo que les costó a sus padres esa tierra. Todos son migrantes en San Juan de Luri­gancho , todo es mezcla: norte, sierra, centro, selva, sur. Las identidades se diluyen y hay unos tantos –los hijos de migrantes – que andan preguntándose: ¿a dónde per­tenezco? Sin embargo, muchas costumbres andinas no se perdieron como el tejido, Paloma sabe eso perfecta­mente.

En San Juan de Lurigancho muchas mujeres se ganan la vida bordando o tejiendo en sus ratos libres. Mientras se borda, se conversa, se come un poquito. El tejido también es un rito social. Las hijas andinas nun­ca abandonaron las telas y Paloma se reconoce en ellas. Lo que si abandonaron los migrantes, fueron las ojotas. Al emprender un camino diferente al de sus padres, se las quitaron y se pusieron zapatos citadinos, tacones, zapatillas, sandalias y botas. De eso también habla la obra de Paloma, de ese gran contraste, del cambio de tradiciones. Por eso, en sus cuadros hay flores de papa, de retama en la ciudad, creciendo extrañamente entre asfalto y buses.

Acompañando a las flores están las ojotas y los tacones, que en los cuadros de Paloma recorren caminos imaginarios, puentes de Javier Prado y la Avenida Wies­se, sin saber bien a dónde van. Nunca se ven los pies que los calzan, pero sus presencias son inevitables. La fusión entre el ande y la ciudad no se ha dado comple­tamente. Luego, los versos en quechua y en castellano, que ella compone o recrea, caen sobre el bordado como sugiriendo cánticos:

“Qam Kuyanli hatun llaaqtata millay

alwurutukunawan/ tú amas la gran ciudad con su feo bullicio”

“Tarpuy Wayta/ flor de siembra

Puriypa purinam/ avenida del caminar”


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Paloma no esperaba tanto éxi­to. En el 2012, una galería de Mira­flores la invitó a exponer. Nerviosa, caminaba por los ambientes y notaba que los visitantes se detenían a ver sus obras. ¿Qué mis­terios estarían detrás de esos rojos índigos y amarillos cálidos? Luego, le llegó una invitaron a exponer en el Centro Cultural de Arequipa y la poeta Gloria Mendoza le comentó que sus cuadros habían causado polémica en la Ciudad Blanca.

En Lima seguía enseñando arte en una escuela y elaboraba proyectos para niños. Será por su oficio de maestra, que conserva cierta dulzura al conversar, trata con suavidad. Nos hemos sentando a descansar después de la sesión de fotos. Hemos desordenado la sala com­pletamente para tomar las fotos y Paloma me dice que no me preocupe. En otra ocasión, me llevará a su taller, por ahora no puede mostrarlo, está en construcción y remo­delación. Allí deben estar sus hilos de alpaca, enredados o quizá puestos minuciosamente en orden. Imagino que en vez de pintura en las paredes, en su taller encontraría hilos en el suelo, delatando el trabajo de Paloma. Todo en su vida es bordado, por eso a sus alumnos también les enseñó a trabajar con los hilos.

Paloma reitera que el arte no tiene límites. Los niños aprenden con mucho entusiasmo y eso la tiene contenta. Ha realizado proyectos de tejido con niños de Asentamientos Humanos. Además, se casó este año y esta empezando a remodelar su taller. Así, de repente le llegan ideas de emprender proyectos, Paloma coge una hoja, anota, no quiere perderse nada.


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 El premio

En el 2005, Paloma recibió el premio Bastidor de Oro. El sabor de la victoria y los flashes no le eran ajenos. Pero en noviembre del 2013 le dieron una gran noticia. Ganó el Concurso de dibujo del Banco Cen­tral de Reserva con su obra: Mamachay. “No lo podía creer”, dice.

El 2013 era su año. Apostó por el concurso. En­marcó los cuadros y colocó versos en quechua y en español. El año anterior se había dado cuenta que nadie en el jurado leía en quechua, entonces, un poco decep­cionada cambió algunas frases. “Voy a sugerir, tres lí­neas en quechua y la última en español que permita más o menos hacerse una idea del texto”. Con esto le decía al jurado y al mundo del arte, que era necesario entender un idioma que todos admiran, pero no comprenden.

Allí, cuando Paloma se vió en el centro del am­biente artístico, empezaron las críticas al premio. Por­que según las formas tradicionales, el dibujo es trazo so­bre papel y la pintura es oleo o acuarela. Pero las nuevas voces del arte, llevan años coreando que el dibujo no es solo sobre papel, es forma, color y concepto. ¿Qué más simbólico que una ojota? “Yo venía de una escuela an­ tigua, y aunque toda mi vida he tejido no lo usaba en mi arte. Ahora, sí uso el tejido y me siento cómoda”, dice.

Sabe secretamente, que usar hi­los es un poco rebelarse contra el óleo. Es darles su lugar a las artistas andinas que bordan trajes deslumbrantes y don­de queda de ellas mucho de su alma. ¿Cuántas artistas del tejido no están to­davía ocultas?

Cuadros sobre caminos y cami­nantes

Paloma trabaja 8 horas diarias, de lunes a viernes. Cuando borda el mundo se disuelve, se mezcla con los colores y ella queda sumergida. Es como entrar en una realidad diferente, ella y los hilos, no cabe nada más.

Paloma,¿todo es bordado?

-Sí, y eso que me dicen que pa­rece hecho en telar.

Te debe demorar mucho…

-No en verdad, aunque, a veces realmente pierdo la noción del tiempo.

Y en la sesión de fotos, si que hemos perdido la noción del tiempo. Hemos colocado los bocetos de Paloma en una mesa y ella los revisa mientras la cámara la captura. Casi concluimos y Paloma me confiesa que va a elaborar bordados para grupos de música an­dina. Tiene otros proyectos, pero por ahora prefiere sacar cuentas. Porque hasta ahora, solo se había dejado llevar por la pasión del arte.

Un mes o dos puede tardar un cuadro de Paloma. Incluso, si esta inspirada puede ser menos. Borda con hilo de alpaca sobre lienzo. Me dice que siempre usa el mismo punto: relleno, alterna con punto cadena. Ya no quiere dar más detalles, mejor ad­mirar los cuadros. Para lograr el colorido perfecto, esco­ge cada hilo con sumo cuidado porque el arte para ella es un trabajo que requiere dedicación. Eso lo aprendió de su padre.

Paloma también es poeta. Muchos de los textos de sus cuadros los escribió ella misma, y a diferencia de los escritores, sus lienzos también son libros de poemas. Aunque algunos de sus textos están en quechua, ella solo lo comprende, no escribe ni habla en ese idioma, me confiesa un poco apenada. Antes nadie ningún migrante quería que su hijo hable su idioma, mejor castellano, lo que habla Lima y ese deseo ha sido un gran pesar. Para Paloma, además, esa es otra deuda que a tiene con su abuela. Eso y visitar Ayacucho. Ha pospuesto el viaje varias veces, hay mucho dolor en esa tierra. Pero ahora, es diferente, ahora necesita ir al mundo de las historias de Sara.

Es consiente, que la migración la arrancó de sus raíces. La llevó a una lima de avenidas infinitas, ver­daderos culebrones de asfalto como Wiesse, la que ella recorre para llegar a su casa. Puede que de pasarse tanto entre calles grisáceas, entendió que en la ciudad todo es transito, los días son caminos indescifrables. Frente a ese cemento, está ella caminando en tacos, corriendo al ritmo de Lima y su abuela, está siempre en ojotas, mirándola, contándole historias de la puna. Paloma, no le debes nada a Sara, ya le has regalado tu obra, a ella y a todas las mujeres andinas.


Para leer el perfil completo, clic aquí: Entrevista a Paloma Álvarez

También puedes descargar la Edición Nº0 completa aquí: N°0 Final (PDF)

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